Remedios varo; insomnio
El privilegio de escribir después de varios años en el habla de los invidentes de mi oído, es decir de escribir en mi blog, para decirles que no estoy bien, que crecer es parte de hacerse sabio mientras no se esta bien en este aparente estado natural de equivocaciones.
Que por fin he descubierto que las canciones tristes de Nacho Vegas no me curan, pero prefiero su incomprensible caer que me es más comprensible en mi bordeada locura, locura que habitualmente es apacible, y luego germina en pequeños destellos de nada.
Me veo en quienes no me escuchan, en quienes no me aman, maduro para seguir el paso más o menos aceptable en la vida diaria, en la que honestamente soy una rareza raramente adaptada, la verdad muy poco por mucho.
Mentiría si dijera que no he aprendido tanto como es verdad que lo he desaprendido.
En estos días me he dado cuenta que esto de observarse no cura lo observado, que los amores uno sobre otro como focas vivas que me comen, siempre con la idéntica ilusión que te remueve en tu privada y respetada nada, a la que uno suele darle su otra nada que es algo.
Estoy enamorada de mi no llegar creyendo que voy a llegar, y si no escribo de otra forma que porque no quiero ser escuchada después de haber buscado, de lo único que doy gracias es de mi cansancio al no encontrar, solo veo ráfagas de eso donde lo tenía. Sólo veo colecciones de recuerdos apiladas para ser suprimidas al momento que se reproducen en mi mente llana, debe ser llana cuando recuerdo. Aprendí a ser llana o no he aprendido pero ahora conviene creer eso.
Esto es en realidad una bienvenida a dejarme. Pero no, yo no quiero dejarme. Alguien me dijo que ya me había ido desde que sentí que era lo menos necesario. Alguien me dijo que no y yo le creí.
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